ENFOQUE DE BUEN VIVIR TIERRA Y TERRITORIO
ENFOQUE DE BUEN VIVIR TIERRA Y TERRITORIO
La teoría política, especialmente aquellas corrientes más
preocupadas por procurar cambios profundos hacia la justicia social y la
redistribución verdadera de la riqueza, históricamente se ha preocupado por el
uso y abuso sobre la tierra. Todos guardamos en alguna parte de nuestra
memoria, y así es colectiva, frases históricas cargadas de cierta heroicidad,
como es el caso de “la tierra para quien la trabaja” o, “tierra y libertad”.
Reivindicaciones permanentes que de una u otra forma han atravesado épocas y
tiempos muy lejanos hasta nuestros días.
Hay quienes
argumentarán rápido que esto son consignas felizmente superadas y propias de
ideologías viejas. Ante ello solo habría que dejar hablar y, sobre todo,
escuchar por ejemplo al movimiento jornalero en Andalucía, al sin tierra en
Brasil o a los millones de personas campesinas que en México han sido
expulsadas del campo tras la entrada en vigor de los tratados de libre comercio
firmados por este país con Canadá y Estados Unidos.
Pero lo que aquí queremos
destacar va más allá de la vigencia de la reivindicación sobre la tierra. La
pretensión es mostrar cómo los postulados sobre ésta están siendo hoy
afortunadamente enriquecidos y fortalecidos por corrientes de pensamiento y
prácticas políticas y económicas diversas. Corrientes en algunos casos no
necesariamente nuevas, pero que se entrelazan de forma imprescindible con
actuales formas políticas. Nos referimos a aquellas que hoy nos hablan no solo
de la tierra sino de ésta en relación directa con un espacio mucho más amplio,
como es el territorio. Entenderemos mejor así cómo este enriquecimiento de
conceptos, supone hoy que la lucha por la tierra y el territorio es parte
esencial de los procesos de transformación radical del modelo dominante y sus
afecciones a la justicia social y a la vida sobre el planeta. Avancemos en
ello.
La Vía
Campesina definió ya hace dos décadas la Soberanía Alimentaria como aquella
acción política que proclama y ejerce el derecho de todos los pueblos de la
tierra a definir, mantener y desarrollar sus propias políticas agrarias, de
pesca, pastoriles, alimentarias, teniendo en cuenta la diversidad cultural,
social y ecológica. En este planteamiento, por cierto abiertamente
antineoliberal, y en referencia directa a la tierra, la esencia radica en la
capacidad de poder decidir por parte de esas poblaciones qué cultivan, así como
sobre el acceso y control de las semillas, el agua y la propia tierra en su
sentido más amplio. Pues bien, esa visión totalizadora evidentemente da un paso
más allá respecto a planteamientos precedentes y entiende ya el territorio como
el espacio constitutivo fundamental para el ejercicio de la soberanía
alimentaria.
Otra corriente,
aquella que reside en la historia y sabiduría de los pueblos indígenas del
mundo, ha aportado para la reflexión en las últimas décadas conceptos complementarios
con los anteriormente citados y que el modelo dominante sigue sin querer
entender. Sin embargo, este pensamiento filosófico, pero también profundamente
político y económico, cuestiona en sus raíces precisamente a ese modelo;
posiblemente de ahí viene el profundo desprecio o ignorancia hacia dicho
pensamiento. Hablamos de un enfrentamiento sin remedio de paradigmas
diferentes. La tierra no puede entenderse solo como un espacio explotable sin
final; por el contrario y precisamente por su finitud, de ella debe de tomarse
únicamente lo que es necesario para vivir en unos márgenes éticos y de
bienestar aceptables para las grandes mayorías. Con esta visión, y actuando
consecuentemente, se evitaría radicalmente el continuo proceso de explotación,
esquilmación y agotamiento al que hoy se somete al planeta, con el objetivo
principal de acumulación y concentración de riqueza en un cada vez más exiguo
porcentaje de población, en aquellas minorías que acaparan las riquezas en
detrimento de las grandes mayorías. Esta situación, evidentemente, está cargada
de injusticia social y política, pero también ecológica. La búsqueda del máximo
de beneficios económicos a cualquier precio en este campo, lo está siendo a
costa de una tierra finita. Se sobrepasa así su capacidad de sostenibilidad,
que empieza a sufrir las consecuencias de ese agotamiento de los recursos, ya
sean alimentarios, hídricos, energéticos, etc. Hoy, muchas teorías científicas
hablan abiertamente de cómo el cambio climático que ya padecemos, con las consiguientes
catástrofes, no es sino la consecuencia directa de haber sobrepasado esa
capacidad del planeta, de la tierra con mayúsculas.
Pues bien, el
concepto de territorio de los pueblos indígenas, y como hemos visto de cada vez
más y más organizaciones campesinas, va más allá de las consideraciones sobre
la capa superficial de la tierra, esa que tradicionalmente hemos usado en los
sistemas de producción campesina. Por el contrario, se entiende como un espacio
que engloba además de la tierra, las profundidades de la misma, pero también
las aguas, montañas, bosques y el espacio aéreo. Incluso entran nuevos
elementos como cuando el feminismo comunitario nos habla de que el primer
territorio a defender tiene que ser el propio cuerpo humano. Y en esta visión
enriquecida del concepto de territorio el equilibrio entre todas sus partes es
un elemento esencial que el modelo de desarrollo jamás ha respetado. Incluso en
las últimas décadas está rompiendo de forma más flagrante con los procesos de
extractivismo salvaje de mineras, hidrocarburíferas, hidroeléctricas o
forestales.
Pero el
territorio también tiene que ver no solo con lo que éste es, sino con la
tenencia del mismo. Otro elemento que entra en choque frontal con el sistema
dominante. Históricamente, el modelo occidental ha abogado por la propiedad
privada, individual y masculina. Sin embargo, la tenencia en los modelos
indígenas, en muchas ocasiones es colectiva, comunitaria y no masculinizante,
lo que no implica que el uso y producción necesariamente lo tengan que ser
también, pero que supone una radical diferencia con el anteriormente citado.
Como decíamos más arriba, hablamos de un duelo de paradigmas. Porque es también
esa visión del uso y tenencia del territorio la que permite comprender mejor
las cualidades de éste y los cuidados que sobre el mismo se deben ejercer para
no sobrepasar su capacidad de regeneración y asegurarnos la sostenibilidad de
la vida hoy y para las generaciones futuras. “La propiedad colectiva de la
tierra es la matriz de la delincuencia y de la insurgencia, por ello hay que
destruir e incorporar por la fuerza o por la vía de acuerdos los territorios
indígenas al modelo corporativo transnacional de propiedad privada”. Son
palabras del teniente coronel del ejército estadounidense Geoffrey B. Demarest,
quien en los primeros años de este siglo dirigió una serie de misiones de la
universidad de Kansas, en México y Centroamérica, para cartografiar los
territorios indígenas. Nos permiten entender mejor las preocupaciones del
sistema por cuestiones que a veces se nos presentan como marginales o
folklóricas, pero que éste hoy sigue percibiendo como un grave peligro para sus
bases estructurales como modelo dominante.
“En defensa del
territorio. La extracción de gas de roca a partir del fracking implica una muy
importante ocupación del territorio, en detrimento de otros usos. Se trata de
una expansión de pozos, instalaciones y caminos que competirá con otros usos
como los cultivos, los pastos o los ecosistemas silvestres.” Estas son palabras
no de lejanos pueblos indígenas, sino del Sindicato Andaluz de Trabajadoras y
Trabajadores (SAT), escritas en un comunicado que llamaba a la defensa del
territorio, entendido también como un espacio que va más allá de la capa de
tierra que se trabaja. Es un ejemplo más de que hoy la tierra y el territorio
son dos elementos que, afortunadamente, se han entrelazado en un continium que
no se podrá desenlazar si verdaderamente se quieren abordar problemas profundos
del planeta que tienen que ver con cuestiones también estrechamente
relacionadas. Como es la construcción de sociedades con justicia social y
reparto real de la tierra, pero también con qué cultivamos, cómo lo hacemos,
qué comemos, si todos y todas podemos alimentarnos, si avanzamos hacia el
verdadero bienestar para las grandes mayorías y si, además y sobre todo,
mantenemos la vida sobre el planeta en condiciones de sostenibilidad del mismo
y de las sociedades que sobre él habitamos.
OTROS:https://www.fuhem.es/media/ecosocial/File/Dossieres/Dossier%20bienestar%20y%20buen%20vivir_jul10.pdf
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